Intenté hablar un rato con el cielo para preguntarle qué era lo que le estaba pasando, si es que necesitaba algo, pero no quiso dialogar mucho. Me dijo que se mejoraría pronto si es que lo ayudábamos tratándolo mejor ya que lo tenemos sin cuidado.
¡Ay mi cielo!; ¡perdón por dañarte y tenerte sin cuidado todo este tiempo! Ahora nos pasas factura de todo lo que te hemos hecho y ¡toda la justicia esta de tu lado!. ¿Quiénes somos nosotros para tratarte mal? ¿Acaso tenemos poder alguno para ordenarte en tu camino o decirte qué hacer?. No somos más que simple polvo necesitados de tu providencia, fruto y paz. ¡Qué se contenga tu ira sobre nosotros!. ¡No duraríamos ni un abrir y cerrar de ojos bajo tu fuego!. Tú, que eres justo en tu toda tu justicia, nos disciplinas justamente por nuestras acciones.
Porque como desciende de los cielos la lluvia, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come.
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